miércoles, 15 de octubre de 2008

Ofelia

Se enmudece el alma. Se deslizan las palabras queriendo ser dichas con una presión tal, que encogido el estómago, impide siquiera respirar. Los labios se separan, la lengua se encoge y los puños se aprietan como para provocar un movimiento. Pero la tensión corporal es tal, que no parece sino mármol. Frío. La sangre deja de correr, el semblante palidece y la mirada se pierde dejando nacer gotas de agonía que tornan a helarse, cual cuerpo inerte.
Se emite un suspiro que cae al aire como una pluma de plomo. Despiertan los sentidos. La sangre enrojece. El nudo se desata. Se abren los ojos y hierven lágrimas coronando las mejillas. Una grieta se abre en el aire, la furia se desata y el más desgarrador grito de agonía rompe el silencio. Y se hace la noche. Y el desgarro se disfraza de calma. El agotamiento es tal, que no puede sino desvanecerse.
El corazón se apacigua. El cuchillo de la mente hiere de muerte al corazón. Los miembros se relajan. Se consigue entreabrir la boca y se escuchan vocablos, frutos de un hilo de voz en el que se puede discernir entre suspiros contraídos: DESDICHADA DE MI, VER LO QUE VEO DESPUÉS DE LO QUE VÍ .
15/03/2002

1 comentario:

laura alonso dijo...

curiosas tus palabras que reflejan lo que yo sentí un dia de mayo de este mismo año...recuerdas lo que tu viviste?contrario seguro a lo que sentía Ofelia..pero me gusta lo que has escrito.