jueves, 16 de octubre de 2008

Rojo

Al abrir los ojos siempre encuentra lo mismo. Es como si el reconocimiento corporal fuera similar cada mañana de su no tan longeva vida.
También abre la boca, incluso antes de tener consciencia de su entorno. Abre la boca para respirar el aire renovado. Es volver a la vida tras la inversión en la muerte controlada; en la verdad. La verdad verdadera de sus pensamientos, de sus deseos. Pero es demasiado corta la inversión, cada día se va acortando más, cada día amanece antes.
Respira aire profundamente para volver a la apariencia, para llenarse de ella y poder seguir intentándolo. Después se pinta los labios. Hace mucho tiempo decidió que la lámpara de la mesita de noche no tenía ninguna utilidad y reemplazó la lámpara, y la mesita por extensión; por un pintalabios rojo de los más baratos, de los más rojos.
Y comienza a pensar en él. Cuando piensa en él la boca le sabe a sangre y el color de labios es su manera de hacerlo público. Quiere que todo el mundo sepa que le sangran las entrañas.
Acto seguido se intenta incorporar. Es una de las imágenes más aterradoras que jamás he presenciado. Cada mañana es el mismo ritual, nunca se acuerda, nunca logra retenerlo.
Yo me quedo mirándola, observando cómo el color rojo se va esparciendo por todo su cuerpo. Entonces ve la cadena; ya ha vuelto un día más a la realidad. Encadenada con hilos de su propia saliva que fue tejiendo poco a poco con el olor de su hombre, con su voz, con sus palabras e incluso con su color. Hace tiempo que cortó su alma a la medida del anhelo, hace tiempo que enterró la llave; y hace tiempo, hace mucho tiempo que sólo recita sonetos rojos.

Para Ana-Ofelia, y para sus labios siempre pintados de rojo. 20/09/2007. Ávila

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