jueves, 30 de septiembre de 2010

Creo que he vuelto...

Creo que he vuelto, es decir, que las letras vuelven a ser estrictamente necesarias, para vivir, y para comprender, qué curioso el paso del tiempo...Detesto mis antiguos escritos, me resultan mal escogidas las palabras y con cierto toque adolescente, pero voy a respetarme, aceptar la evolución y reírme de mis pasiones pasadas. Ya soy oficialmente representante de la Lengua Española y me siento tan desconocedora de la misma....me pierdo entre las combinaciones del abecedario y no me acuerdo de la generación del 27, la verdad, nunca los tuve muy presentes; pero debería recitarlos cual almacenador de datos, o ¿no?. ¡Qué bonito es volver a necesitar las palabras!...Definitivamente....creo que he vuelto....

viernes, 16 de enero de 2009

Carta a un travesero

Ya ves, te pienso en una servilleta de bar que voy vendiendo por los semáforos nocturnos. Y me mancho las manos de sangre imaginándote. Se me eriza el pelo de la nuca y una medusa se adhiere a los bajos fondos de este barco que hace que se mueve y navega. Nadie hasta ahora había palpado los lunares y los había cambiado de sitio. ¿Cómo me voy a reconocer ahora? Mi piel se amoldó a los contornos angulosos de tu silueta, largo y angosto como un personaje del Greco. Ya no soy la que era. Me observo escribiendo teléfonos en fotos de campaña, sirviendo café y plasmando grafemas que suplen al prozac que me olvidé tomar; en cualquier superficie que acoja tinta. ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo durará la trinchera? Cada vello erizado, cada lunar transpuesto, cada labio mordido te acompañan en tu danzar falsamente acompasado. Debes darte cuenta de que tus dedos se han olvidado de digitalizar las melodías que ya conocías, ahora abrazan a otra bandera tricolor. No te gustan las batallas lo sé, y mientras caminas por otros senderos me desnudo parafraseando a Neftalí: " Ya no te quiero, pero tal vez te quiero". Aquí me consumo, y ya no estoy ni estaré cuando quieras regalarme otro traje de saliva, no sé si quiero acompañarte en la travesía, no soy especial; todo es cíclico y tras el clasicismo llega el desorden. A mi también me venderás promesas inexistentes y jugarás al teatro escondiendo los escollos. Asi que adios, ya no quiero imaginarte en servilletas de bar, me revelo contra Las Musas por dedicarte cada palabra que pienso y me grabo a fuego lento en la nuca que "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".

domingo, 4 de enero de 2009

Orígenes

Recuerdo el día en que descubrí que era hija del hombre de hierro. Extrañada y atemorizada, por el frío metal que me congelaba las venas cuando intentaba estrecharle la mano; decidí vagar por los caminos en busca de un traje de terciopelo. Debería rescatar del fondo del armario la ropa de los abrazos. Debe de ser que la tiene sepultada por los trastos, o quizás es que no existe.
Tras años confeccionando, tejiendo e hilando camisas de besos que eran amontonadas en el recibidor, decidí intentar acostumbrarme al frío y lanzarme a la deriva de gestos y palabras glaciales. Intenté nadar entre copos de nieve y estalactitas afiladas, apretando los labios para evitar, en la medida de lo posible, que se me congelara el corazón. Así somos, y probablemente, jamás te hubiese elegido; aunque en el fondo, al candor de mis entrañas, te descubra avivando las brasas. Sé que me prefieres sobre todas las mujeres y no lo discuto, siempre fueron más suaves mis brazos sin anhelo, mis largos brazos de terciopelo.

martes, 30 de diciembre de 2008

Crono

Nuestro amor dura dos horas. Durante ciento veinte minutos nos enredamos, encajamos y jugamos a los artistas circenses. Luego te abrazo. No te vayas, quédate conmigo. Nos erizamos. Miras al infinito mientras me dictas tus pensamientos en morse. Nos callamos, durante minutos. Silencio. Me aprietas el brazo. No quieres soltarlo. en ese momento me prefieres, lo sé. Y cierro los ojos y juego a que no vas a dudar, a que no vas a dejar de hacer fuerza, a que no vas a permitir que me evapore entre tus piernas y ya no esté. Pero dejas de apretar, y sé perfectamente que ya te has ido, que ya no estás aquí. No me imagino chupando otra cicatriz, aunque fuera de verdad la consecuencia de una noche de chicos duros en el Bronx. No somos relevantes, somos tú y yo, aunque podíamos ser otros. Nuestro tiempo podría tener otros dueños, ciento veinte minutos, podían ser días. Y me quedo aquí mismo, tumbada, mirando como vas despareciendo, como te vas haciendo transparente; como dejas de apretar mi brazo para irte, sin recordarme, sin mirar.

Conocí las reglas del juego a tiempo. Sé que los años pesan y que el recuerdo de lo que fué, aunque ya no sea; tiene más puntos. ¡Sálvate pues! e intenta borrar mi firma con ácido, con alcohol; hasta que duela, hasta que sangre, hasta que puedas desprenderte de mi olor, hasta que los ciento veinte minutos desaparezcan, hasta que puedas escupir a Gilda a la cara. Ya está. Ya fué. Yo también sufro de amnesia voluntaria. Cada segundo se va deslindando de la imagen. Y yo desparezco. No estoy. Sufro la resaca entre voces silenciosas que no dura más de dos horas, como tu y yo de cerca.

Nunca te amé, sólo amo los minutos que compartimos, querido Crono, señor del tiempo, es por ti por quien suspiro, con quien juego a tener derecho a pedir, ciento veinte minutos más. Hoy, ayer y cuando sea.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Silencio

¡Silencio!
Deja de hablar y escucha mi mirada.
Mis oídos te rehusan
y todo mi ser se concentra en tus pupilas.
Y aquí te amo.
Mis ojos quieren besar los tuyos.
Anda, ¡mírame y calla!

Vitoria,16-11-98. Adolescencia amante de Bécquer.

La mirada nietzschesca

Mis pupilas, te buscan
te imploran
te evocan
te llaman y te extrañan,
¡míralas!
Y ansiosas cual luna espera
la hora del crepúsculo, insisten,
insisten intentandose hacer más penetrantes,
creyendo así, que al sentir un ligero pinchazo en la nuca
te volverás y las hallarás.
Entonces parecerá que han hurtado
todas las estrellas del universo
para regalártelas en una mirada.
Y cuano esboces el gesto
que dejará ver tu cara
se lamentarán
huirán
se esconderán
te rehusarán;
pero la inmensa luz de las estrellas
que no pueden esconder, las delatarán;
entonces serás tú quien las busque.
Y esa levedad de ese insignificante propósito,
se transformará en la carga más pesada,
en el eterno retorno,
convirtiéndose así, ese pequeño gesto,
en la más intensa plenitud de la vida.

Vitoria 10-11-1998. Primer encuentro con La insoportable levedad del ser.

jueves, 16 de octubre de 2008

Tango

Las cuerdas estaban tirantes, estaban lo suficientemente tirantes como para acertar con la estridencia precisa del sonido. Acariciaba las pieles con navajas afiladas. La pista estaba vacía, cercada por cigarros sin dueño y botellas vertidas sobre corazones palpitantes. Sola. Embadurnada de restos de conversaciones sin protagonistas. Sola, con la única caricia que otorgan los cigarrillos humeantes apoyados en los ceniceros. Los violines comienzan a susurrar en su oído palabras de amor, alientos excitados. No se puede resistir a la voz que llama a su alma asustada aunque esa voz si se resiste a ser conmovida por la llamada. No quiere salir a la pista de baile, no la invita a bailar.
Observa los cuadros de la sala. Son puertas abiertas a la huída. Comienza a confundirse con los trazos que la abrazan y la estrujan. Cada color susurra tres palabras a su oído. Se resiste y no se deja convencer, pero está inmersa en un imperio pictórico construído sobre pilares sólidos. Todavía no se han desquebrajado. Es allí donde siente el peso, aunque no la oprime, no la obliga a tener callos en las rodillas. Todo lo contrario, la ayuda a sentir su planta del pie apoyada en el suelo y a que la rectitud emerja como el árbol más robusto. Pero no puede abandonar la levedad y entregarse a los pinceles. Debe permanecer sentada, flotando sobre la silla hasta que llegue, hasta que una mano en el hombro, una mano robusta, sin pistas burguesas la apoye sin miramientos en la silla, le clave las plantas de los pies al suelo.
Espera, sola, con el corazón, con los huesos, con los lunares, con la saliva. Esperaba y espera hasta que salga volando hacia el infinito. Espera. Y ya no tiene tanto tiempo. Espera con el estómago, con el aliento. Esperaba; y espera, hasta que llegue, hasta que pueda seguir esperando, hasta que coja su mano su compañero de tango.
Octubre 2007. Levedad y peso, gracias Kundera.

Rojo

Al abrir los ojos siempre encuentra lo mismo. Es como si el reconocimiento corporal fuera similar cada mañana de su no tan longeva vida.
También abre la boca, incluso antes de tener consciencia de su entorno. Abre la boca para respirar el aire renovado. Es volver a la vida tras la inversión en la muerte controlada; en la verdad. La verdad verdadera de sus pensamientos, de sus deseos. Pero es demasiado corta la inversión, cada día se va acortando más, cada día amanece antes.
Respira aire profundamente para volver a la apariencia, para llenarse de ella y poder seguir intentándolo. Después se pinta los labios. Hace mucho tiempo decidió que la lámpara de la mesita de noche no tenía ninguna utilidad y reemplazó la lámpara, y la mesita por extensión; por un pintalabios rojo de los más baratos, de los más rojos.
Y comienza a pensar en él. Cuando piensa en él la boca le sabe a sangre y el color de labios es su manera de hacerlo público. Quiere que todo el mundo sepa que le sangran las entrañas.
Acto seguido se intenta incorporar. Es una de las imágenes más aterradoras que jamás he presenciado. Cada mañana es el mismo ritual, nunca se acuerda, nunca logra retenerlo.
Yo me quedo mirándola, observando cómo el color rojo se va esparciendo por todo su cuerpo. Entonces ve la cadena; ya ha vuelto un día más a la realidad. Encadenada con hilos de su propia saliva que fue tejiendo poco a poco con el olor de su hombre, con su voz, con sus palabras e incluso con su color. Hace tiempo que cortó su alma a la medida del anhelo, hace tiempo que enterró la llave; y hace tiempo, hace mucho tiempo que sólo recita sonetos rojos.

Para Ana-Ofelia, y para sus labios siempre pintados de rojo. 20/09/2007. Ávila

miércoles, 15 de octubre de 2008

Nueva York 2008

New York´s mathematics

Hay que comer mucho para ser grande. No para ser grande, para ser más grande. Hay que ser más, porque si eres igual no vale, y si eres menos, te mueres. Y eso que dicen de que menos por menos es más, aquí no existe. Por eso debes huir de los que son menos, menos grandes, menos fuertes. Y si te encuentras con uno de ellos gira la cabeza para otro lado, "because it´s not your bussines". Claro, claro, cambio mi rumbo y sigo. El ejemplo lo tienes en el aire. Hay que querer tocar el cielo, como los edificios. Ser grande. No, ser más grande!. Entrar en la pequeña élite que rasca los cielos. Y no hay que tener miedo a caer, porque es casi imposible y además, si caes, las nubes te hacen un colchón de los mejores. Pero a ellas no les gustan los menos altos, no les paran la caída. Por eso ellos no pueden tocar las estrellas.
Asi que come. Come mucho para hacerte grande, no.....para ser más grande!!!

I Love New York part I
Detrás de la primera viene la segunda que cruza con la catorce a la que le sigue la quince. Camino, y voy detrás de ti, y tú de ella. Es imposible que nos rocemos. Si nos tocamos es que algo estás haciendo mal, por eso te miro sin perdón. Sigue el orden. Se camina por la derecha y guardando las distancias. Si chocas "it´s your fault" so di "sorry" y aguanta la mirada. Ni se te ocurra pararte, pues romperás el ritmo y entonces tendrás no una, sino cientos de miradas, gestos, frentes arrugadas y palabras que no se entienden. Da igual que pidas perdón, te condenan a muerte. Si, si, asi que aguanta la presión y camina detrás de él, al paso y sin dejar de mirar al frente. La fila es multicolor, marrón, blanco, amarillo pero nunca niger. El rojo significa para y el blanco adelante. Hay gente torcida y gente "straigh", pero todos caminan al mismo paso, sin romper la fila. No te puedes parar a oler. Los olores te persiguen "hotdog, caramel". Si no te gusta respiras hacia afuera y arrugas la nariz; pero sin perder el paso. Millones de personas, millones de colores, decenas de olores. Nunca estás solo, ¿o si?.


Ofelia

Se enmudece el alma. Se deslizan las palabras queriendo ser dichas con una presión tal, que encogido el estómago, impide siquiera respirar. Los labios se separan, la lengua se encoge y los puños se aprietan como para provocar un movimiento. Pero la tensión corporal es tal, que no parece sino mármol. Frío. La sangre deja de correr, el semblante palidece y la mirada se pierde dejando nacer gotas de agonía que tornan a helarse, cual cuerpo inerte.
Se emite un suspiro que cae al aire como una pluma de plomo. Despiertan los sentidos. La sangre enrojece. El nudo se desata. Se abren los ojos y hierven lágrimas coronando las mejillas. Una grieta se abre en el aire, la furia se desata y el más desgarrador grito de agonía rompe el silencio. Y se hace la noche. Y el desgarro se disfraza de calma. El agotamiento es tal, que no puede sino desvanecerse.
El corazón se apacigua. El cuchillo de la mente hiere de muerte al corazón. Los miembros se relajan. Se consigue entreabrir la boca y se escuchan vocablos, frutos de un hilo de voz en el que se puede discernir entre suspiros contraídos: DESDICHADA DE MI, VER LO QUE VEO DESPUÉS DE LO QUE VÍ .
15/03/2002